Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica



Comentario

Muchas y frecuentes son las referencias de las fuentes literarias grecolatinas a la religión de los pueblos del área indoeuropea y a ellas nos vamos a ceñir para la exposición, ya que las fuentes epigráficas, prácticamente todas de época romana, incluyen elementos de asimilación que no es el momento de poner de manifiesto.
Para una mejor comprensión vamos a dividir el área en tres zonas: pueblos del centro (entre los que se incluyen los celtíberos y sus vecinos de los valles del Duero y Tajo), pueblos del oeste (básicamente los lusitanos) y pueblos del norte (básicamente los situados en torno a la Cordillera Cantábrica -al norte y al sur-, con inclusión de los galaicos), siguiendo los numerosos trabajos de Blázquez sobre el tema.

Por el texto de Diodoro sabemos que las divinidades de los pueblos del centro eran dioses que imponían la hospitalidad, pues, cuando algún forastero en tiempo de paz llegaba a sus puertas, lo recibían como don de los dioses. Así mismo entre estos pueblos se da la creencia de que los dioses enviaban objetos, animales, etc. a determinadas personas, hecho que implica una protección especial de la divinidad.

En el año 152 a.C., cuando Marcelo sitió Nertobriga, en territorio de los celtíberos, le enviaron un heraldo cubierto con piel de lobo. De esta noticia se ha querido deducir la existencia de un dios nocturno que empuñaba un martillo, cuyo emblema entre los galos era la piel de lobo y cuyo epíteto era Sucellus. Sin duda sería una deidad muy adecuada a estos pueblos que se dedicaban a la forja del hierro. También podría estar en relación con un dios etrusco de carácter infernal, que cubre su cabeza con una piel de lobo o del Dis Pater itálico vinculado estrechamente con los lobos según las fuentes latinas.

Sabemos también por las fuentes literarias que existían, entre estos pueblos, montes y árboles sagrados. Marcial y Plinio nos dan noticia de encinares sagrados, mientras el primero nos transmite la noticia de que los montes más elevados recibían también culto: un monte entre los berones y el Mons Caius (Moncayo).

Para realizar sus cultos no parece que estos pueblos hayan buscado construir grandes templos llenos de imágenes, siendo las rocas, las montañas, las fuentes y los ríos los lugares elegidos para tributar culto a los dioses. Hay dos aspectos especiales a resaltar, por un lado los sacrificios colectivos que se celebraban entre estas poblaciones y, por otro, los ritos de adivinación.

Sabemos que en fechas determinadas del año celebraban sacrificios especiales colectivos. Según noticias de Frontino (3, 2, 4), Viriato atacó a los segobrigenses en el año 145 a.C. mientras celebraban una de estas ceremonias. Probablemente los sacrificios colectivos iban precedidos de comidas, de lo que tenemos noticia en Floro (1, 34, 12) para los numantinos. Estas comidas rituales también se celebraban entre los celtas (Plinio, NH, 16, 250) y entre los germanos.

En cuanto a la adivinación, sabemos por Apiano y Plutarco, que, a la llegada de Escipión, en el ejército romano que sitiaba Numancia había adivinos y magos indígenas, tanto hombres como mujeres, al igual que entre los galos, germanos y cimbrios, y que los soldados estaban entregados a sacrificios adivinatorios.

No menos interesantes son sus creencias sobre la vida de ultratumba. Parece que entre los celtíberos, si hemos de hacer caso a las noticias de Silio Itálico y Eliano, existía un rito propio relacionado con las creencias de después de la muerte: dejar a los muertos a la intemperie para que les despedazaran los buitres. Esto tiene una explicación clara por la creencia extendida entre estos pueblos de que el cielo era la morada de los muertos y la divinidad suprema residía en las alturas.

Estas noticias de las fuentes escritas parece que están confirmadas por la arqueología. En Numancia, según Taracena, unos montones de piedras en círculo servirían para depositar los cadáveres de los guerreros hasta que los buitres los despedazaran y el mismo motivo aparece en dos fragmentos de cerámica pintados aparecidos en Numancia que representan a dos guerreros caídos y dos buitres volando hacia ellos. El mismo tema aparece en una estela funeraria de época romana de Lara de los Infantes.

Por su parte, los lusitanos creían en la comunicación con la divinidad a través, particularmente, de los sueños, así como en la existencia de animales sagrados, especialmente vinculados a determinadas deidades. (Baste recordar el episodio de la cierva de Sertorio, regalo de un lusitano, la cual, desaparecida en la batalla, cuando le vuelve a aparecer a Sertorio, éste alcanza la victoria).

Plutarco da como propia de los lusitanos la creencia de que los dioses andaban por la tierra.

Plinio (NH, 8, 166) da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que se originó la leyenda de que a las yeguas las fecundaba el viento Zephyro, a quien se tributaba culto en un monte sagrado junto al Atlántico, que Leite de Vasconcelhos sitúa en Monsanto, cerca de Olisipo (Lisboa). Esta leyenda aparece en Varrón, Columela, Virgilio, etc., siempre unida a un monte sagrado. Silio Itálico, por su parte, la localiza entre los vettones.

Parece, por otro lado, que los sacrificios humanos eran algo muy corriente entre los lusitanos, pues, según noticia de Plutarco, Craso, procónsul de la Ulterior entre el 95 y el 94 a.C., los prohibió. Apiano nos da noticia de que en los funerales de Viriato se sacrificaron muchas víctimas, que Maluquer cree eran humanas. La existencia de sacrificios humanos es confirmada por Estrabón (3, 3, 6) y sin duda hay que poner en relación estos sacrificios humanos con ritos de adivinación, pues la manera ordinaria de los lusitanos de hacer vaticinios requería sacrificios humanos.

El citado texto de Estrabón es el único en que un escritor clásico habla de sacerdotes refiriéndose a pueblos de la Península Ibérica. Blázquez piensa que seguramente no había un sacerdocio organizado como el de los druidas, sino miembros aislados que serían los encargados de los vaticinios.

Con respecto a los pueblos del nortede la Península Ibérica, el texto de Estrabón (3, 4, 16) es muy explícito al hablar de sus: "Según ciertos autores los galaicos son ateos; más no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer, ante las puertas de sus casas".

Este texto debe entenderse en lo referente a los galaicos no en el sentido de que no hubiera dioses, sino que no tenían representaciones o que sus nombres eran tabú. Por lo que se refiere al culto a la luna, se trata de la divinidad principal indígena entre estos pueblos y sus vecinos. Sabemos por Caro Baroja que para los vascos el nombre de la luna es tabú y en Galicia todavía en la actualidad hay numerosas danzas en honor de la luna, a la vez que por Ptolomeo (2, 5, 3) sabemos que en Galicia había una isla consagrada a la luna. Que la veneración de la luna era algo fundamental en estos pueblos lo tenemos en el episodio del año 136 a.C., cuando Emilio Lépido sitió Palantia - Palencia, ciudad de los vacceos, y tuvo que retirarse; en la huída un eclipse de luna salvó al ejército romano, pues los palantinos creyeron ver en ello la prohibición de la divinidad a que siguieran combatiendo.

Con el culto a la luna se asocia y contrapone el culto al sol, que, a juzgar por los datos suministrados por la arqueología, estaba muy extendido en Numancia y entre los pueblos del centro de la Península.

Por Estrabón (3, 3, 7) sabemos de la existencia de un dios guerrero asimilado a Marte, a quien se sacrifican machos cabríos, caballos y también prisioneros.

También hay entre estos pueblos una divinización de los montes, que en época romana son asimilados con la morada de Júpiter, apareciendo el nombre de los montes como epíteto del dios supremo romano.

Es frecuente también entre los galaicos y otras poblaciones del norte el culto a las aguas, a los árboles y a las piedras, cultos típicamente celtas que estaban extendidos por toda Europa. Sin duda es del culto a las aguas del que conocemos más documentos, tanto en la Península, como fuera de ella.

Finalmente, es muy posible que la serpiente, animal representado frecuentemente en el noroeste de la Península, sea una especie de "totem" para estas poblaciones.

Por lo que se refire a los cultos y ritos de estos pueblos, Horacio y Silio Itálico confirman la existencia de sacrificios de caballos entre los cántabros, sacrificios que ya conocíamos por Estrabón. Según Horacio, estos sacrificios incluían la bebida de la sangre de los caballos, lo que presupone que estos animales son sagrados.

Por las noticias de las fuentes (Silio Itálico) sabemos que los galaicos eran hábiles en obtener agüeros del vuelo de las aves, al igual que los germanos, de la contemplación de los intestinos de las víctimas y de las llamas sagradas. Incluso en el siglo IV d.C. San Martín Dumiense alude a los augurios y adivinaciones frecuentes en su época y en particular a la observación de las aves.

A comienzos del Bajo Imperio los vascones tenían gran fama de agoreros, fama que conservaron durante toda la Edad Media, habiendo recogido Caro Baroja testimonios de esta época.

Junto a los sacrificios y ceremonias de adivinación debemos mencionar las danzas religiosas, de las que nos da cuenta Estrabón (3, 4, 16 y 3, 3, 7). Se trata de competiciones en honor del dios guerrero asociado a Marte. Estas danzas de guerreros son también conocidas entre los lusitanos, que las realizaron alrededor del cadáver de Viriato (noticias de Apiano y Diodoro). Posiblemente haya que considerar también como danza ritual céltica la especie de procesión de la diadema de oro de Ribadeo, en la que los jinetes llevan cascos de cuernos, escudos y puñales.